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Ruth Montiel Arias

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Antes de que te adentres en Ánima, quizá ignores el eco ancestral de la Santa Compaña: una sombra transmitida de labios temblorosos, un susurro que ha sembrado el miedo en las almas del rural gallego. Cuentan que una procesión de espectros errantes cruza los caminos al caer la noche, anunciando la fatalidad con su lento desfile de antorchas. Los que la han oído dicen que el aire se hiela a su paso y que su presencia no se ve, sino que se intuye, como un escalofrío que sube por la espalda sin motivo aparente.

La creencia dictaba que, si la Compaña salía en busca de un alma, era mejor no desafiar la oscuridad. Si el destino o la imprudencia te obligaban a vagar de noche, jamás debías quedarte sola; el viento podía arrastrar tu nombre hasta sus oídos de sombras. En los veranos de mi infancia, cuando la luz agonizaba en el horizonte, aprendí a no interrogar demasiado al bosque, a no desafiar la quietud del camino.

Cuando alguien menciona la Compaña, viene a mi memoria la senda que lleva al monte y el cruce frente a la casa familiar. Mi abuela advertía que, si alguna vez me encontraba con la procesión, debía trazar un círculo en la tierra y refugiarme dentro. O abrazar la piedra de un cruceiro. Pero, sobre todo, jamás mirarla. ¿Cómo hacerlo ahora, si el asfalto ha sellado el suelo y los cruceiros se han desvanecido del paisaje?

Enraizadas en el folclore, estas supersticiones no eran solo relatos de miedo, sino herramientas sutiles de control. Me he criado en un imaginario donde la muerte es un tótem, un símbolo que se filtra en la psique colectiva.  Y así como, en invierno, la Compaña marcaba los límites de la noche, la matanza del cerdo los marcaba durante el día. Ambos rituales, uno espectral y otro tangible, encarnaban la relación con la muerte que la tradición nos enseñó a aceptar sin titubeos. El cerdo agonizaba en el patio entre plegarias y cuchillos, su sangre dibujaba en el suelo signos que nadie osaba interpretar. Nos decían que así había sido siempre, que el miedo y el sacrificio eran necesarios para sostener el ciclo de la vida. Ánima es el resultado de ese legado: un diálogo entre la emoción y la razón, una búsqueda en los pliegues de la memoria para desentrañar el sentido de nuestras costumbres. La superstición y el rito, la fe y la herencia, conforman el andamiaje de nuestra identidad, y nos aferramos a ellos, a veces sin cuestionarlos. Tal vez sea la nostalgia la que nos impide romper ciertos lazos, o el temor a quedar suspendidos en un vacío sin pasado.

¿Qué pasaría si la tradición no fuese un refugio, sino una celda? ¿Cuántas prácticas se perpetúan solo por el peso de la costumbre? ¿Es la herencia un lazo o una cadena?

 

 

 

www.ruthmontielarias.com

@ruthmontielarias

Ruth en el programa de RTVE La Aventura del Saber con el proyecto "Ánima". 18 de septiembre, 2025.

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