Andrés César
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Las calles se transforman en un escenario vibrante de grupos e individuos disfrazados. El carnaval irrumpe como un torrente de colores, risas y movimiento. Las máscaras, lejos de ocultar, revelan el alma surrealista de la ciudad. Un joven negro alado transita el blanco del pentagrama, mientras el sol, encarnado en un hombre de amarillo radiante, observa un mar que reclica. En este teatro efímero, la rutina se disfraza de asombro.
Más allá del bullicio, la playa se vuelve refugio. Una sombrilla que no asombra, una toalla cómplice disfrazada, la silueta del fotógrafo en la arena. Bajo el azul inmenso, las olas, ajenas a la fiesta, continúan su danza milenaria, mientras el humor y la risa del carnaval llega hasta la orilla en forma de ecos dispersos. Una cabra blanca observa la escena con la serenidad de quien ha visto pasar muchas fiestas.
El carnaval, la playa, la calle. Tres escenarios, una misma historia. La vida se celebra a plena luz, con cada paso, con cada encuentro, con cada instante suspendido. Y en medio de todo, la visión de Andrés César: atenta, colorida, curiosa, atrapando lo fugaz, convirtiendo lo efímero en recuerdo.
La ciudad sigue latiendo, y el carnaval, como la fotografía, captura su pulso por un instante antes de desvanecerse en el tiempo. La miradas de Marilyn y Audrey, atrapadas en unos vestidos, son testigos del desfile de máscaras. El viajero de una guagua parece ir en bicicleta. Más allá, el paisaje canario despliega su belleza austera, indiferente al bullicio, recordando que, tras la fiesta, la isla sigue siendo la misma: luz, mar y horizonte.
@andresycesar

























